El
poder no puede ser absolutista, sino normado y controlado. Las sociedades
modernas confían en la figura del Estado con la sencilla razón, de ser un sintagma
ordenado de instituciones y organizaciones con funciones permitidoras de
mantener el erario “bajo control” y prohibir la transgresión de los derechos de
la población. El Estado existe para comprometerse y ser garante del
cumplimiento de los deberes por parte de todos los ciudadanos. Pero en un país
como el nuestro, donde el rumor, la cacería, y el caudillismo prevalecen cual
barbarie, esto no parece posible.
Si
algo nos ha destruido como nación ha sido el pretender homogeneizar las normas
jurídicas, la organización civil y militar con dogmas específicos y “especiales”
o bajo el amparo de padrinos con escasa autoridad moral. Los cinco órganos
conformantes del Poder Público Nacional, hoy dan claras señales de ignorar o
alejarse de lo dispuesto en la carta magna, y no sólo por el caso Mardo, sino
por una extravagancia de hechos convertidores de un país en donde lo estipulado
no se cumple por ser solo un simple protocolo o “formalidad”.
Mi
concepción personal de la AN (Poder Legislativo), es el del organismo en el
cual se vela no solo por la creación de leyes que regulen y mejoren el
comportamiento y las relaciones sociales, también como ese espacio humano
donde convergen todas las corrientes, fuerzas, líneas de acción y pensamiento;
que van desde empresarios, profesionales, sindicalistas, trabajadores sociales
hasta miembros del clero.
El
caso Richard Mardo expone una terrible deficiencia procedimental, en lo
jurídico, ejercida por los poderes en Venezuela. En el afán por debilitar al
actual partido principal de oposición del país, se recurre al contubernio de
los organismos públicos para pisotear la imagen de un funcionario público y
fomentar matrices contra su partido político. Se cae muy bajo al aprovecharse
de contactos y facultades, para hacer competencia desleal.
La
corrupción en la política latinoamericana siempre ha ido galopante a lo largo y
ancho de su territorio. ¿Las razones? La escasez de justicia y compromiso
institucional en la acción de
erradicarla. Richard Mardo ha cometido el delito de evasión fiscal de impuestos
perpetrado antes de ser escogido como diputado de la AN por Aragua. Pero ¿No
existe un debido proceso para poder castigarlo? Dónde está eso y la presunción
de inocencia, el derecho a la defensa y a acudir a los tribunales de justicia;
todo consagrado en nuestra Carta Magna. ¿Acaso son mecanismos innecesarios?
Me
molesta enormemente que al no contar con una mayoría calificada se enajenen las funciones de la AN, usando a otro
poder. Por qué en vez de llegar a un consenso para la investigación de los
hechos, se le arrebata al ex diputado su fuero, el cual, de acuerdo a mi punto
de vista, debería transitar por la disposición de todos los actores políticos a
retirársela.
Si
Mardo ha cometido delitos bajo el amparo de su figura como funcionario debe
serle aplicado todo el peso de la ley. Pero cómo confiar en una sentencia del
TSJ cuando sabemos que aquí prevalece una bochornosa inseguridad jurídica,
caracterizada por la ausencia de la ecuanimidad y el equilibrio entre pruebas y
hechos.
Al
ex diputado no lo castigan por ser un “gran líder”, sencillamente forma parte
de un plan para acabar con su partido y el de su máximo representante electoral
Henrique Capriles. Y la cuestión está en que se pierde, con medidas tan
apresuradas y llevadas a la ligera como la actual, con todo un manojo de
procedimientos esenciales para impartir justicia. No podemos continuar entre
tanta tiranía, la población merece respeto, y las normas son parejas, la ley
del embudo no puede seguir prevaleciendo en Venezuela. Si no toca decir como
Marco Antonio Solís “A donde vamos a
parar”
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